martes, 7 de diciembre de 2010


VIOLENCIA – DECADA DEL 70

Por siempre perejiles

                                                                       

Difícilmente los argentinos que en la década del 70 formaban parte de los miles de jóvenes que fueron víctimas de la despiadada violencia ejercida y fomentada por los gobiernos de facto, olviden al famoso “Pérez Gil”. Despojado de carne y huesos, este era el nombre con el que las autoridades denominaban a toda persona que manifestase el deseo de acceder a algún tipo de participación en la conducción del Estado por las vías legales.

Además de gil, Pérez era según los dictadores, un subversivo que atentaba contra el “estilo de vida argentino” y el “ser nacional”, razones por las que debía ser combatido como las guerrillas, a través de la aplicación de la teoría del “peine grueso y el peine fino”. Primero había que liquidar al brazo armado de la subversión y luego a lo que las autoridades denominaban “sofisticado aparato de superficie”, formado por los profesores de todos los niveles de enseñanza, los médicos de comisiones hospitalarias, periodistas de izquierda, sacerdotes obreros y escritores con sus correspondientes amigos y familiares.

Aún cuando pasaron 40 años de aquel período nefasto, que acabó con toda posible cuota de interés y responsabilidad por parte de la juventud respecto a los asuntos que involucran cualquier compromiso con la política, hombres como José Pablo Feinmann no pierden las esperanzas de encontrar en la generación de los noventa aquel sentimiento secundado de ideología, tal como lo describe en el artículo “Monólogo del horno setentista”.

“Ustedes, perejiles de los noventa, ni siquiera tienen una época histórica propia. Viven una modalidad de nuestra propia historia, la modalidad de la derrota”, expresa el autor apelando a la toma de conciencia. “El Che para nosotros no era un póster inofensivo, era un proyecto revolucionario, una imagen que convocaba a transformar el mundo, no a decorar una habitación”, agrega.

De alguna manera lo que el autor quiere expresar a través de este tipo de comparaciones, es que aún cuando su generación fue fuertemente reprimida en todos los sentidos, los jóvenes eran luchadores, y a la hora del combate habrían fuego con las armas de la mente: sus propias ideas, a diferencia de quienes los hostigaban, que si hacían uso de su fuerza para lastimarles el cuerpo ignorando que lo que verdaderamente querían matar no moría, porque sus pensamientos eran inmortales.

Lo que Feinmann reclama a la generación de los noventa, es la existencia de ideas fundamentadas en la propia raíz de la juventud, es decir aquellas que tienen fuerza de cambio para lo que “no está bien”, o lo que puede estar mejor. Teniendo todo para poder hacer lo que en aquel tiempo era imposible, las secuelas que la década del setenta dejó, hacen que quienes ya vivieron el calvario reclamen a los jóvenes del nuevo siglo que reaccionen para evitar que los hechos se repitan, de manera que Pérez Gil pueda descansar en paz.






GUERRA DE MALVINAS

Eternamente sin consuelo


Hasta el 20 de mayo de 1982 José Eduardo Navarro, un correntino de 21 años nacido en Monte Caseros, egresado del Colegio Militar apenas cinco meses antes de la guerra de Malvinas, no conocía el mar, y tampoco imaginaba que una inmensidad tal de agua no fuese dulce.

En realidad nada era dulce durante aquellos meses, que marcaron para siempre a miles de jóvenes que tuvieron que hipotecar su vida por el malicioso afán de quienes pretendían despistar a los ciudadanos respecto de los verdaderos problemas por los que estaba atravesando la nación argentina, con un conflicto bélico que destruyó familias enteras y que aún hoy no ha logrado cicatrizar las heridas.

A las ocho y media de la mañana, en plena guerra, el flamante subteniente Navarro braceaba por su vida para alcanzar la franja de tierra gomosa de un islote cercano a Darwin. Esa fue su primera experiencia en el mar. Viajaba en el guardacostas "Río Iguazú" de la Prefectura Naval, que había sido herido de muerte por dos aviones Harrier ingleses.

La zambullida en las aguas heladas que rodeaban las islas no lograba paliar el dolor y tampoco congelaba el miedo. Más bien intensificaba el olor inhóspito del yodo y el sabor urgente de la sal. Mientras tanto, los medios locales cubrían una realidad que distaba enormemente de la verdadera: “¡Estamos ganando!” publicaban diferentes diarios y revistas con enormes y llamativos titulares.

“Si me muero decile a mi esposa y a mis hijos que los amo”, gritaba Eduardo Navarro a uno de sus compañeros mientras luchaba con las olas que amenazaban con llevárselo al fondo del mar, junto con las cenizas de muchos otros combatientes que ya habían claudicado en la despiadada lucha sin razón, que culminó el 14 de junio de 1982 con la rendición de Argentina.

Los ingleses habían ganado la soberanía sobre las islas, y los argentinos habían perdido mucho más que eso. Ni aún finalizado el conflicto la muerte dejaba de perseguir a los sobrevivientes, quienes tuvieron que soportar las secuelas físicas y psicológicas que la guerra les había dejado.

Más de 600 fueron los muertos en el campo de batalla, y casi 700 los que se suicidaron por haber sobrevivido sin poder soportar los crueles recuerdos. Políticamente en la Argentina, la derrota precipitó la caída de la junta militar que gobernaba el país y que usó la vida de cientos de inocentes para salvar el mandato.

Por supuesto que ese objetivo fracasó, porque nunca fue viable. Nunca existió un plan ni la más mínima intención de resguardar a los obligados soldados, ni tampoco de brindarles contención ante el monstruo que representaba Inglaterra, una potencia militar que corría con kilómetros de ventaja. Como tantas otras situaciones inexplicables en la Argentina, la guerra de Malvinas marcó un punto de inflexión en el que la sociedad pudo conocer el lado más oscuro de quienes obligaron a otros a perder la vida y junto con ella, la dignidad.




PODER MEDIOS – CONCENTRACIÓN

Muchas manos en un plato, hacen garabato


Hasta hace unos años, hablar de concentración de medios era para la mayoría de los argentinos un campo inexplorado, del cual no había mucha información de carácter público. Hoy, como consecuencia de los conflictos entre el oficialismo y el Grupo Clarín por el campo y la Ley de Servicios Audiovisuales, el monstruo se ha desenmascarado para evidenciar el tratamiento y la construcción, no de una sino de muchas realidades, que caracteriza cada monopolio de acuerdo a los intereses que le toca defender.

Sería pecar de inocente creer que los medios comenzaron a concentrarse cuando estos dos temas salieron a la luz, porque es una cuestión que para ser entendida requiere del análisis de los cambios que se produjeron en los últimos quince años, fundamentalmente en la relación entre el Estado, los medios de comunicación y la sociedad, a partir de la aplicación de políticas de ajuste e inserción del país en el mercado capitalista mundial.

Luego de la crisis del Estado de Bienestar durante la presidencia de Raúl Alfonsín, su sucesor Carlos Saúl Menem aprobó las leyes de Reforma Estatal y de Emergencia Económica, que esbozaban un amplio plan de privatizaciones que permitieron que empresarios nacionales y extranjeros colonizaran espacios que estaban controlados hasta ese momento con fondos públicos, para dar lugar a que en la década del noventa, los holldings de las telecomunicaciones dieran como resultado el inicio de la concentración de medios.

“La privatización garantiza la pluralidad informativa y la libertad de expresión”, sostenía el discurso imperante de la época, que servía de soporte de los decretos presidenciales de necesidad y urgencia que modificaron la ley de Radiodifusión 22.285, sancionada en 1980 y heredada del gobierno de facto de Jorge Rafael Videla, que en esta ocasión extendía las “escasas” cuatro licencias otorgadas a cada empresario, a un número mucho mayor que rondaba las veinticuatro.

Así es que en 1994, el Grupo Clarín ya estaba conformado y el CEI-Telefónica se encontraba en vías de desarrollo. La conjunción de autopistas entre las telecomunicaciones con los medios de comunicación fueron el resultado de las fusiones empresariales que provocaron nuevos hábitos de consumo, en donde además de aparatos, el público compraba la ideología que los artefactos transportaban.

Hoy el escenario es mucho más claro, porque el público que consume determinados canales de televisión, lee un diario o escucha una radio sabe, o al menos ya no se le presenta en forma tan polarizada, que existen personas como Sergio Szpolsky, Daniel Hadad, Jorge Lanata y Héctor Magneto, que susurran junto a los intereses a los que sus monopolios responden, en el mismo momento en que se produce la información que cada periodista debe crear y amoldar a la realidad de su medio.

Lo que la nueva Ley de Servicios Audiovisuales plantea, es que exista un universo informativo más “limpio” y equitativo, en donde los consumidores de información tengan la posibilidad de saber, al mismo tiempo que compran, las reglas con las que se rige el medio elegido, y a su vez que el espectro de posibilidades de acceso para quienes no cuentan con la cantidad suficiente de recursos para sostener semejantes estructuras, cuente con el apoyo del Estado en cada región del país.

Este proyecto debería exceder cualquier conflicto de intereses. Si en Argentina no comienzan a aplicarse medidas restrictivas al abuso de poder, siempre habrá grupos más desfavorecidos, pero no en los términos que se consideran “normales”, sino en proporciones que mantendrán crónicamente vigente la concentración de beneficios en manos de unos pocos. Garantizar la puesta en práctica de políticas a largo plazo, como es el caso de esta nueva Ley, es una apuesta a la que todos los ciudadanos deberían contribuir, pero no rivalizando, si no aportando ideas, que es una tarea más que difícil para quienes no quieren resignar ni un centavo, ni tampoco el más mínimo rasgo de aquello que los ubica en una posición favorecida a la hora de competir: el poder.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

PRESENTACION

Buenos días, tardes y noches.

Les doy la bienvenida a analíSAMI y aquí les dejo mi primera revista: ANAGNORISIS, que realicé durante los meses de agosto y noviembre de 2010 para la cátedra de Analisis y Producción Periodística de la Universidad Nacional de la Matanza (UNLaM), institución donde curso la carrera de Comunicación Social.

Espero que les guste.